Esa noche al regresar a su casa, cerró cuidadosamente la puerta, con el fin de no hacer el mínimo ruido. Se acercó a la ventana y miró el tenue brillo de la luna en el anular de su mano izquierda.
Adormilado y a medio vestir, su hijo no mayor de 7 años se acerca y le pregunta: ¿De donde vienes?, ¿Qué pasó?
Con una bola en la garganta que le dificultaba el paso de saliva y un desprecio mal fingido respondió: Nada hijo, solo un perro revolcándose en la basura.
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