viernes, 24 de diciembre de 2010

"El lago" Edgar Allan Poe

El lago.
The lake, Edgar Allan Poe (1809-1849)

En la remota primavera de mi vida, jubilosa primavera,
Dirigí mi paso errante a una mágica ribera.
La ribera solitaria, la ribera silenciosa
De un perdido lago ignoto que circundan y oscurecen
Las negras rocas
Y espigados pinos que las auras estremecen.
Pero cuando allí la noche arroja su manto fúnebre
Y el místico y trémulo viento de su melodía,
Entonces, ¡oh!, entonces quiere despertar de su aflicción
Por el terror del lago triste, despertar el alma mía.

Y ese horror que habitaba en mi espíritu satisfecho;
Hoy, ni las joyas ni el afán de riqueza,
Como antes, llevarán mi pensammiento a contemplarlo,
Ni el amor, por más que fuese el amor de tu belleza.
La muerte estaba en el fondo de la ola ponzoñosa,
Y una tumba en lo más hondo, pérfidamente adornada
Para quien hubiera dado tregua a su amargura,
Un descanso, a los dolores de su espíritu afligido,
Y en un Edén transformado
El perdido lago ignoto, lago triste y escondido.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Semejanzas

Más que a semejanza del cielo fuimos concebidos con la simetria justa de un suspiro y su aliento intermitente. Resultado de una verdad tan cierta como el cuerpo, tocamos la tierra por un momento y levantamos el vuelo hacia el misterio.

Antes de ser humanos fuimos Octubre

Antes de ser humanos fuimos Octubre
Mojando noches cerradas como núcleo de tiniebla

¿Como enseñarle obediencia al mar?
¿Como caer sin la inevitable version del otro que nos desconoce en su ingenuidad?
Imaginándonos entre páginas de la memoria
Somos vida anónima e íntima
Que transcurre en el dolor
Que denominan los años en el por siempre

Espero ser de la dimensión de un arco
Mientras el huracán
Mientras no lo contundente
Sino el fuego en libertad
Nos consume sin pedirlo
Sin consultarlo
Sin lo adulto

lunes, 13 de diciembre de 2010

las edades del cielo

Aunque exiten las excepciones, como el audaz José Saramago quien mantuvo el dedo índice levantado siempre con una observación contundente y una pregunta flagrante, la edad en los hombres es delatada por su apreciación y relación con la maquinaria divina y su influjo directo o indirecto en su presente ó destino.
Cuando somos niños la presencia de lo divino es estrecha, inmediata y totalmente desconocida por nosotros. Al crecer nos presenta un desafio para el juicio franco y crítico, ubicando esta en un terreno donde habita lo confuso y arisco. Al llegar la edad adulta su presencia en lo que nos rodea es innegable así como sutil.
En la vejez es recurrente una reivindicación como la de un hijo quien regresa a su hogar para compartir con sus padres una emocion serena por lo misterioso.