Aunque exiten las excepciones, como el audaz José Saramago quien mantuvo el dedo índice levantado siempre con una observación contundente y una pregunta flagrante, la edad en los hombres es delatada por su apreciación y relación con la maquinaria divina y su influjo directo o indirecto en su presente ó destino.
Cuando somos niños la presencia de lo divino es estrecha, inmediata y totalmente desconocida por nosotros. Al crecer nos presenta un desafio para el juicio franco y crítico, ubicando esta en un terreno donde habita lo confuso y arisco. Al llegar la edad adulta su presencia en lo que nos rodea es innegable así como sutil.
En la vejez es recurrente una reivindicación como la de un hijo quien regresa a su hogar para compartir con sus padres una emocion serena por lo misterioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario