Hay una voz que no termina de consumirse
que lanza dardos ardientes en una complicidad íntima
en un juego violento a favor del tiempo
en el eco de nombres volando hacia posibles orillas
Desde unos labios grises
incendiados en dolor inexperto
desde el espacio que cedemos a su voluntad
para herirnos de abismo y olvido
Trás la ventana, la belleza y nuestra risa nerviosa
dentro del ritmo de la sangre
inventábamos nuestros deseos,
aves derramando su canto sobre nuestras manos
y un destino fijo
mientras en una hoja se derramaba el rocio de la infancia
y sus dedos tamborileaban negras melodias sobre nuestros labios
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